Viajar en bicicleta por Nepal
Cómo es viajar en bicicleta por Nepal
Viajar en bicicleta por Nepal es algo que soñaba desde hace mucho tiempo. Diez meses después de partir de España en mi bici, finalmente cruzaba la frontera desde la India, emocionado, lleno de expectativas y con un objetivo claro: descubrir las majestuosas montañas de Nepal. El momento en que puse pie en Lumbini, la ciudad donde nació Siddharta Gautama, el Buda, fue uno de esos instantes en los que uno siente la magnitud de un viaje largo. Lumbini es un lugar espiritual, lleno de paz, aunque para mí fue más una parada simbólica que una experiencia reveladora.
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ToggleAl recorrer sus templos budistas, de países como Laos, Vietnam y Tailandia, no podía evitar la emoción de estar en un lugar tan sagrado, aunque, siendo sincero, lo que realmente me llamaba era lo que venía después: los himalayas.
Nepal comenzó a revelarse ante mí en cuanto me subí a la bicicleta para dirigir mis pedales hacia Pokhara, la puerta de entrada a los Annapurnas y a lo que sería una travesía montañosa espectacular. Desde ese primer día, las subidas comenzaron a ponerme a prueba. Las carreteras, en su mayoría maltratadas por el tiempo y el abandono, se extendían como serpientes hacia el horizonte. Me recordaban a la Karakorum Highway, pero con mucho menos mantenimiento. A pesar de todo, me reconfortaba el pensamiento de que este tramo sería el entrenamiento perfecto para lo que me esperaba: el famoso circuito de los Annapurnas.
El primer día de montaña fue duro, pero me sorprendió lo bien que se sentía estar nuevamente rodeado de alturas, después de tanto llano por la India. No me había dado cuenta de cuánto extrañaba ese esfuerzo físico y mental que solo las montañas pueden exigir. Pedalear entre picos, con el viento fresco en la cara y el paisaje verde a mis pies, era exactamente lo que necesitaba para sentirme más vivo que nunca. Esa noche, acampé cerca de un río, rodeado de pescadores, en un sitio remoto y tranquilo. El rugido del agua y el frescor del ambiente fueron los compañeros perfectos para una noche de descanso. Nada como un día de subidas y una cerveza local con un 8% de alcohol para garantizar que caería rendido.
Al día siguiente, la jornada amaneció fría, pero con un café en mano y algo de pan con mantequilla de cacahuete, estaba listo para seguir. Cada kilómetro parecía una mezcla entre esfuerzo y placer, un equilibrio perfecto entre el sufrimiento de las cuestas y la recompensa de las vistas. Aunque la carretera iba cambiando constantemente, alternando entre asfalto, gravilla y piedras, me llenaba de energía saber que estaba cada vez más cerca de los Himalayas. Después de varios días de subidas, el momento que tanto había esperado finalmente llegó: Pokhara apareció en el horizonte, y con ella, la promesa de aventura en el circuito de los Annapurnas.
La llegada a Pokhara fue emocionante, pero lo mejor estaba por venir. Al iniciar el circuito de los Annapurnas, la majestuosidad de las montañas del Himalaya se hizo evidente. Los primeros días fueron suaves, relativamente ciclables, lo que me permitió disfrutar de los pequeños pueblos y la paz que se respiraba en cada rincón. Me sorprendió lo vacía que estaba la ruta en temporada baja. Nepal, con sus paisajes surrealistas y su gente tranquila, me mostraba un lado que muchos turistas no tienen la suerte de conocer. Sin las multitudes, pude experimentar la vida local de una manera más auténtica.
Llegar a Chame, después de horas subiendo y bajando, fue un alivio. Un pequeño pueblo de montaña, rodeado de cumbres nevadas. Me sentí afortunado al encontrar una habitación gratuita en una guesthouse, gracias a la temporada baja, aunque la única condición era cenar y desayunar allí. No era un gran sacrificio; después de todo, la comida local es deliciosa y reconfortante, justo lo que necesitaba tras un día entero pedaleando bajo el frío.
A medida que avanzaba por el circuito, las montañas parecían crecer ante mí. Cada día era un desafío, pero uno que aceptaba con gusto. Subir, parar a tomar aire y admirar el paisaje, era parte del viaje. Y cuanto más subía, más me impresionaba el poder de la naturaleza. Estar rodeado de gigantes de piedra y nieve, con el Annapurna 2 siempre visible, me hacía sentir pequeño.
El día que llegué a Manang, me encontré en medio de una nevada. Ver caer la nieve sobre las cumbres del Himalaya, mientras intentaba mantenerme caliente, fue una de esas experiencias que recordaré toda la vida. Sabía que las cosas se estaban complicando. La nieve hacía que continuar el circuito en bicicleta fuera cada vez más difícil.
Pero si hay algo que he aprendido en todos mis viajes es que la vida, al igual que los viajes, siempre te pide flexibilidad. Y así, acepté que tal vez no podría completar el circuito esta vez. La nieve era un obstáculo que no podía vencer solo con voluntad. Decidí dar media vuelta hacia Pokhara.
Después de varios días, decidí dar por finalizado este tramo del viaje y dirigirme hacia Katmandú. La capital nepalí, con su caos y su energía, era un buen lugar para reflexionar sobre todo lo vivido. Había recorrido valles, subido montañas y acampado en los lugares más remotos. Y aunque no había alcanzado todas las metas que me había propuesto, el viaje en sí mismo había sido un aprendizaje. Viajar en bicicleta por Nepal me había enseñado que no siempre se trata de llegar a la cima, sino de disfrutar cada pedalada en el camino.
Un año después de haber comenzado esta aventura, el momento de regresar a casa se sentía agridulce. Pero si algo sabía con certeza es que la bicicleta me había llevado más lejos de lo que jamás hubiera imaginado, tanto física como emocionalmente. Y mientras pensaba en lo que vendría después, una cosa era segura: la bicicleta seguiría siendo mi compañera de viaje, porque al final, eso es lo que me hace sentir vivo.