Viajar en bicicleta por Croacia
Cómo es viajar en bicicleta por Croacia
Viajar en bicicleta por Croacia fue una experiencia transformadora. La aventura comenzó con el cielo encapotado y un cambio de clima que no podía haber previsto. El día pasó de ser caluroso a una tormenta inesperada en cuestión de minutos. Mientras las nubes se volvían amenazantes, me refugié en un pequeño garaje. Fue uno de esos momentos que te recuerdan la incertidumbre constante que trae el viaje en bicicleta. Aunque esa incertidumbre, lejos de ser un obstáculo, es justo lo que le da sentido a todo.
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ToggleEstaba en medio de una pequeña ciudad, sin alojamiento garantizado y con una tormenta encima. El calor del día se disipó y, cuando el cielo decidió abrirse, la frescura del ambiente trajo un alivio inesperado. Justo cuando empezaba a pensar en las alternativas, la familia de warmshowers con la que había contactado finalmente respondió, y me acogieron en su hogar. Esas pequeñas victorias, esos momentos de improvisación, son las que marcan el viaje.
Después de despedirme de la familia, crucé la frontera y oficialmente me encontré en Croacia. Era un país nuevo, con una nueva moneda local, la kuna. Las zonas rurales se extendían a mi alrededor, y el paisaje apenas parecía cambiar de lo que había visto en Eslovenia. Los primeros días pedaleé por caminos desolados, donde apenas vi coches, y la tranquilidad de esas rutas me ofreció una paz inmensa. Decidí acampar junto a un río, y tras un día largo de pedaleo, el baño en sus frías aguas fue el descanso que necesitaba para continuar.
Las subidas por las colinas croatas no eran fáciles, pero me recompensaban con vistas impresionantes. En una ocasión, llegué a un castillo medieval en ruinas, “Franco pansky”, ubicado en una zona tan rural que parecía olvidado por el tiempo. Las casas medio construidas y los caminos de tierra mostraban un lado de Croacia menos turístico, más auténtico. Cada día encontraba rincones así: pequeños refugios donde podía descansar, comer algo de fruta y respirar profundamente la calma de la naturaleza.
El viaje avanzaba y la ruta me llevó a conocer el parque natural de las cascadas. Ahí me detuve para admirar la belleza del lugar, donde los sonidos de los animales y el agua corrían entre los árboles. A pesar de estar agotado, me sentía completamente en paz, rodeado de la inmensidad de la naturaleza. No obstante, también viví momentos donde el calor era tan abrumador que cada sombra que encontraba se sentía como un verdadero oasis.
Llegar a la costa del Adriático fue uno de los momentos más esperados del viaje. La primera vista del mar, después de días de montañas y zonas rurales, fue espectacular. Sin embargo, al alcanzar las zonas más turísticas, la realidad cambió. Split, por ejemplo, era un caos de turistas y coches. La magia de la costa croata, al menos en temporada alta, se desvanecía con la masificación de gente. A pesar de las aguas cristalinas, la sensación de calma y libertad que había sentido en las zonas rurales ya no estaba presente. Reflexioné sobre lo difícil que puede ser conectar con un lugar cuando se convierte en un parque de atracciones para turistas.
Aun así, siempre hay encuentros que devuelven la alegría del viaje. Conocí a Oriol, un viajero que, curiosamente, vivía a tan solo 10 kilómetros de mi casa en Cataluña. Pasamos el día juntos, compartiendo historias, cervezas y risas. Fue increíble cómo, a miles de kilómetros de casa, puedes encontrar conexiones tan cercanas y, al mismo tiempo, inesperadas. Estos momentos de compartir, de reír y de pedalear juntos, son los que más valoro del viaje en bicicleta.
La costa croata, aunque espectacular, no se adapta a todos los tipos de viajes. En mi caso, la cantidad de turistas hizo que decidiera seguir mi camino, buscando lugares más tranquilos donde disfrutar de la naturaleza sin aglomeraciones. Durante varios días, cada amanecer traía consigo nuevas rutas, nuevos desafíos y, siempre, la promesa de encontrar algo sorprendente al doblar la siguiente esquina.