Viajar en bicicleta por Albania
Cómo es viajar en bicicleta por Albania
Mi viaje en bicicleta por Albania comenzó a las afueras de Shkoder, una ciudad vibrante que sirvió como mi punto de partida. Había pasado un par de días en este lugar, disfrutando de la tranquilidad, pero también ansiando volver a la carretera. Decidí evitar la costa, ya que las temperaturas allí alcanzaban los 37-38 grados, y preferí dirigirme hacia las montañas, donde el aire fresco me permitiría respirar y pedalear con más comodidad.
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ToggleEl clima no tardó en ponerse interesante. Mientras ascendía por un camino grave, un hombre se acercó y me ofreció algo de agua fresca. No me esperaba tanta amabilidad, pero en Albania, la hospitalidad es algo que sorprende una y otra vez. Estaba agradecido porque, aunque llevaba agua, el calor la había convertido en algo tibio, casi como un té. Esto es típico de las zonas más rurales de Albania: siempre encontrarás a alguien dispuesto a ayudarte, incluso en los momentos más inesperados.
Siguiendo la ruta, comencé a sentir el verdadero desafío de viajar en bicicleta por Albania. Las temperaturas se mantenían altas, rondando los 35 grados, y el terreno se volvía cada vez más irregular. Pero a pesar de ello, había algo fascinante en cada kilómetro que recorría. Las montañas albanesas, con su imponente belleza y su verde intenso, me ofrecían un paisaje que nunca había experimentado de esta manera.
Un día particularmente caluroso, tras varias horas pedaleando, llegué a un pequeño pueblo donde un local me invitó a su casa. Sin pensarlo, acepté su oferta y, para mi sorpresa, acabamos jugando al ajedrez y compartiendo una cena sencilla pero deliciosa. Dormí en su sofá, y fue una de esas experiencias que solo un viaje en solitario puede brindarte. Albania tiene esa magia, donde lo inesperado se convierte en la norma, y donde las conexiones humanas son profundas, aunque fugaces.
La hospitalidad albanesa no deja de sorprenderme. Al día siguiente, después de un largo día de ascensos, conocí a otros locales, Dorian y Niko, quienes me trataron como si fuéramos viejos amigos. Es imposible rechazar su generosidad; te ofrecen todo lo que tienen, y aunque en ocasiones uno se siente abrumado, es imposible no sentir gratitud por su calidez. Aunque en mi mente tenía la idea de continuar mi ruta, ese momento de pausa fue un recordatorio de lo maravilloso que es detenerse y disfrutar del camino.
Mientras seguía pedaleando hacia el interior, me topé con una realidad que muchos viajeros en bicicleta por Albania experimentan: la falta de infraestructura. A menudo, las áreas rurales carecen de servicios básicos como la recolección de basura, lo que deja una huella en el paisaje que contrasta con la belleza natural de las montañas. Sin embargo, incluso estos contrastes forman parte de la experiencia y te enseñan a apreciar aún más los momentos de conexión con la naturaleza.
Un día, tras atravesar un camino complicado, encontré un pequeño río, el lugar perfecto para acampar. El agua estaba helada, pero fue el mejor alivio tras horas de pedalear bajo el sol abrasador. Aunque me relajé y disfruté del sonido del río, me di cuenta de que no me sentía del todo cómodo acampando rodeado de basura. Fue un recordatorio de que, aunque viajar en bicicleta por Albania es increíble, también enfrenta retos, y a veces hay que adaptarse a las condiciones del entorno.
A medida que avanzaba hacia las montañas, me maravillaba con el verdor del paisaje. Las colinas que rodean el Parque Nacional de Lura y las montañas cercanas a Macedonia son espectaculares. La tranquilidad de estos lugares, lejos del bullicio de las ciudades, me hizo sentir una paz que no encontraba desde hacía tiempo. Viajar en bicicleta por Albania te ofrece la oportunidad de sumergirte en la naturaleza de una manera que pocas rutas pueden ofrecer. Cada curva en el camino revelaba un nuevo valle o un río cristalino, y no podía evitar detenerme para disfrutar de las vistas.
Mi jornada terminó en un camping sencillo, donde pude comer algo y descansar. Aproveché para gastar los últimos leks que tenía antes de cruzar a Macedonia, disfrutando de una última cena en este país que, aunque pequeño, deja una marca imborrable en quienes lo recorren. Albania es ese lugar donde los paisajes te impresionan, pero son las personas las que realmente hacen que el viaje valga la pena.
Este viaje en bicicleta me enseñó mucho sobre la vida sencilla, la hospitalidad y la capacidad de adaptación. Cada kilómetro en Albania en bicicleta fue una lección de humildad, y aunque los retos eran muchos, la recompensa siempre era mayor. Las montañas, los valles y la amabilidad de su gente me acompañarán siempre, recordándome que a veces los mejores viajes son aquellos donde el camino te sorprende en cada paso.