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Viajar en bicicleta por la India

Bikesunrise

Cómo es viajar en bicicleta por la India

Viajar en bicicleta por la India no solo es desafiar sus carreteras, sino también rendirse al caos y al asombro constante. Esta experiencia, que comenzó como una simple travesía en bicicleta, se transformó en una serie de encuentros y aprendizajes que marcaron profundamente mi percepción del mundo. La India, con toda su intensidad y contraste, me retó a confiar en cada kilómetro recorrido, en cada pregunta de dónde venía y a dónde iba, en cada gesto de hospitalidad y en cada obstáculo que me empujaba a continuar. Aquí os comparto algunos de esos momentos, los más inesperados y, seguramente, los que guardaré para siempre.

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Frontera Pakistán - India

Nada más comenzar, sentí como el viaje me sumergía en un paisaje único: carreteras atestadas de tráfico, vacas vagando libremente, tenderetes y aldeas con montañas de basura a los lados de la vía. Las primeras horas fueron pura adrenalina, tratando de esquivar obstáculos y no perder el rumbo en medio del ruido de los motores y los claxon. Una mezcla constante de humo de plástico quemado y de comida que se freía en la calle invadía el ambiente. A pesar de que la India es un país fascinante, de inmediato comprendí que para viajar en bicicleta por la India hace falta algo más que energía: hay que aprender a fluir con el caos.

Pronto descubrí que, en las ciudades, todo se convierte en un verdadero reto para los ciclistas. No existe un orden claro, y la basura ocupa rincones y caminos enteros, contrastando brutalmente con los pequeños pueblos de las afueras, donde la vida es más tranquila y ordenada. Fue en esos lugares donde realmente descubrí la India, donde sus habitantes me enseñaron algo esencial: preguntar y confiar.

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Primera noche acampando en la India

Las primeras noches pedaleé hasta que el sol comenzaba a esconderse y con él, mi esperanza de encontrar un lugar seguro para dormir. Con algo de miedo e incertidumbre, decidí pedir ayuda y preguntar a las familias de la zona. Fue en una de esas ocasiones cuando, casi al anochecer, una familia me ofreció su casa para descansar. Aquella noche me di cuenta de que la hospitalidad en la India es algo realmente genuino. Aunque no hablaban mucho inglés, hicieron lo posible para que me sintiera cómodo: una cena compartida y un lugar en su jardín fueron todo lo que necesité para sentirme como en casa.

Durante esos días, me acompañaba la niebla, que cubría la región y daba un aire de misterio a todo. A veces, la gente local parecía preocuparse más por mi seguridad que yo mismo, acercándose a preguntar de dónde venía, o si estaba casado, cuestiones que aquí parecen esenciales. Era esa genuina curiosidad la que hacía que me sintiera bienvenido en cada parada.

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Hospitalidad en la India

Pasados unos días de ruta, llegué a la región sur del Himalaya, donde las colinas verdes y los bosques frondosos ofrecían un respiro visual del ruido urbano. Desde allí, a lo lejos, ya se podía vislumbrar la nieve cubriendo las montañas más altas de la cordillera, un sueño hecho realidad. La ruta era agotadora, pero el entorno lo compensaba. Cada curva me acercaba más a esa paz que tanto buscaba, y el ritmo de mi respiración al pedalear me conectaba con el paisaje.

En esas laderas, pequeños templos hindúes de color rosa decoraban el camino, mientras los primeros rayos del sol acompañaban mis pedaladas. La música que salía de esos templos al amanecer resonaba en el aire, una bienvenida sonora al nuevo día. En medio del cansancio, el paisaje era un recordatorio constante de la belleza de la naturaleza y el poder de la cultura india.

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Viajando por el Norte de la India

Llegar a una comunidad tibetana cerca de Dharamsala, hogar del Dalai Lama, fue un regalo que el destino me tenía preparado para la Navidad. Allí, la amabilidad de una familia me regaló una festividad diferente, con su particular mezcla de risas, comida local y miradas curiosas. Estas familias, aunque intrusivas a veces, eran cálidas y hospitalarias. La atención que me prestaban, aunque abrumadora, también me hacía sentir querido.

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Navidades con una familia de la India

La ruta me llevó hasta Agra, una ciudad famosa y caótica. Pese al bullicio, había algo mágico en verla, como si la majestuosidad del Taj Mahal y el Agra Fort contrastaran drásticamente con el caos que las rodeaba. Cuando por fin estuve frente al Taj Mahal, rodeado de turistas y comerciantes, sentí que aquella obra de arte hecha por amor superaba todas las expectativas. La piedra de mármol blanco brillaba bajo el sol como si fuera un sueño. Sabía que, aunque el viaje en sí era lo más importante, contemplar el Taj Mahal era uno de esos momentos que se quedarán grabados en mi memoria para siempre.

Desde Agra, me dirigí hacia las llanuras del norte, alejándome de las montañas y entrando en un territorio llano y denso de vegetación. Aquí los pueblos eran rurales y auténticos, y aunque me llenaban de emoción las sonrisas de los lugareños, el tráfico constante y la falta de un sitio seguro para acampar hacían la ruta agotadora. A veces, el único respiro era encontrar algún lugar apartado para pasar la noche y dormir bajo el cielo estrellado, como aquella vez que acampé en un campo de mangos.

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Visitando el Taj Mahal

Durante esas noches en los llanos, algunos encuentros me hicieron sentir cierta inquietud. Recuerdo un grupo de hombres que apareció con linternas y me miraban con curiosidad, incluso con cierta agresividad en sus gestos. Aunque la gran mayoría de los indios que conocí fueron amables, esas noches de incertidumbre me recordaron la importancia de permanecer alerta.

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Acampada libre por la India

Finalmente, me dirigí hacia la frontera con Nepal, un cambio de rumbo que el viaje me pedía. La frontera, una barrera simbólica entre dos mundos tan parecidos y tan distintos, me dejó un sentimiento extraño de despedida y, al mismo tiempo, de alivio. Atravesar esta última etapa en la India fue una mezcla de nostalgia y emoción, un cierre que marcaba el fin de una aventura que me había regalado tanto.

Fue entonces cuando recordé que esta no era solo una historia de kilómetros y desafíos físicos, sino una verdadera prueba de paciencia, curiosidad y adaptabilidad. Al cruzar la frontera, entendí que India había sido mi mejor maestra, una que te enseña a vivir sin expectativas, a recibir cada momento tal y como viene, y a confiar, incluso en los días más difíciles.

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Pasando la noche con una familia de la India

Viajar en bicicleta por la India me ha dado más de lo que podría haber imaginado. Me regaló momentos de paz, pero también de adrenalina y resistencia. La gente, a veces intensa, siempre estuvo dispuesta a ayudar.

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