Viajar en bicicleta por
Bosnia & Herzegovina
Cómo es viajar en bicicleta por Bosnia & Herzegovina
Viajar en bicicleta por Bosnia & Herzegovina fue una experiencia de contrastes: entre la tranquilidad de sus paisajes montañosos y los desafíos tanto físicos como mentales que enfrenté en cada tramo. Después de dejar atrás Croacia y la turística Dubrovnik, el camino me llevó a un terreno más desconocido, donde los coches empezaron a desaparecer y la naturaleza comenzó a dominar el paisaje. Bosnia me recibió con sus montañas imponentes y carreteras vacías.
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ToggleBosnia me obligó a reconectar con la esencia pura del cicloturismo. Allí, las montañas no son solo un paisaje, son un reto constante. En mi primera subida importante, con casi 14 kilómetros de pendiente, cada metro ganado era una pequeña victoria. Llegué a sentir cómo mi cuerpo pedía descanso, pero cada curva me ofrecía una nueva perspectiva, una razón más para continuar. A pesar de la dureza del terreno, el aislamiento y la falta de recursos en algunos momentos, me reconfortaba estar lejos del bullicio y volver a sentirme en sintonía con la naturaleza.
Durante esos días, mi bicicleta y yo pasamos por muchos momentos críticos. La primera avería importante ocurrió mientras ascendía por una zona remota. Un tornillo se rompió y dejó la rueda trasera desajustada. Estaba a medio camino, sin un lugar cercano para repararla. Como tantas veces sucede en un viaje en bici, la creatividad y los recursos limitados son tus mejores aliados: unas bridas, una piedra colocada estratégicamente y la improvisación me permitieron seguir adelante. A pesar de los obstáculos, seguir pedaleando me hizo sentir que estaba venciendo al terreno, pero también a mis propias limitaciones.
Los días en Bosnia no solo me dejaron lecciones mecánicas, también me enseñaron mucho sobre la hospitalidad. En una de mis paradas, una familia que vivía en un pequeño pueblo me ofreció agua, café y conversación. Fue un momento de conexión increíble. Me sorprendió lo generosa que es la gente aquí, especialmente considerando que Bosnia no es un país rico. Esta generosidad me hizo reflexionar: cuanto menos tiene una persona, más parece estar dispuesta a compartir. Las conversaciones que tuve con los locales me hicieron sentir acogido, incluso en medio de un país que, en muchos aspectos, aún lleva las cicatrices de su pasado.
Tras días de luchas en las subidas y pequeñas victorias personales, llegué a Mostar. La ciudad me ofreció un respiro. Aproveché para pasear por sus calles y disfrutar de su rica historia. El casco antiguo, aunque turístico, no estaba tan saturado como las ciudades croatas. Sentí una calma que no había encontrado en otros destinos. Las heridas de la guerra de los Balcanes aún son visibles, pero Mostar ha renacido con una mezcla de culturas que la hacen única. Pasé un par de días recorriendo sus calles y aprovechando para descansar.
Sin embargo, el descanso también trajo una sorpresa: mis músculos estaban acostumbrados a pedalear, y el hecho de caminar tanto me dejó con agujetas. Fue irónico sentirme físicamente agotado justo cuando debía retomar la bicicleta.
El regreso a la bicicleta fue brutal. La primera subida tras mi descanso en Mostar fue una de las más duras del viaje. Con un sol abrasador y sin apenas agua, llegué a un punto en el que sentí que no podía más. Cada pedalada era un desafío. Fue en ese momento cuando apareció un ángel en forma de un local que me ofreció agua, salvándome de lo que parecía un abandono inminente de la etapa. Esos pequeños gestos de bondad en medio de la nada son los que realmente te llenan de energía para continuar.
Llegar al final de esa subida, tras horas de lucha interna y física, fue una liberación. Me detuve un momento en la cima, miré hacia abajo y respiré profundamente. El sufrimiento había valido la pena. En esos momentos de soledad en la cima de una montaña, es cuando uno realmente valora la sencillez de viajar en bicicleta. No importa lo duro que sea el camino, las vistas, el silencio y la sensación de logro lo compensan todo.
Bosnia, con sus montañas salvajes y su gente hospitalaria, me ofreció una experiencia cruda, auténtica y profundamente transformadora. A diferencia de otros países más turísticos, aquí sentí que estaba viajando de verdad. Cada kilómetro pedaleado, cada conversación, cada ayuda inesperada en la ruta, me hicieron sentir parte del entorno y no solo un visitante. Y aunque el camino fue difícil en muchos momentos, siempre supe que era justo donde quería estar.