Viajar en bicicleta por Italia
Cómo es viajar en bicicleta por Italia
El viaje en bicicleta por Italia comenzó de manera mágica. Era un día soleado, y mientras descendía por las colinas del Piamonte, las vistas parecían sacadas de un sueño. Con cada pedalada, sentía cómo el viento traía consigo la promesa de lo que sería un viaje inolvidable. Pero, al igual que las montañas esconden sorpresas tras cada curva, Italia me tenía guardadas lecciones que aprendería por el camino.
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ToggleMi primer encuentro con una pequeña panadería fue una señal de la hospitalidad que caracteriza a los pueblos pequeños. Me ofrecieron una focaccia y un trozo de pizza sin pedirme nada a cambio. Esta generosidad sería un tema recurrente durante todo el viaje. A pesar de las dificultades de acampar o encontrar un lugar para descansar, la bondad de los italianos siempre estuvo presente. Sin embargo, no todo era perfecto. Pronto descubrí que el tráfico en las ciudades italianas podía ser una pesadilla. Cerca de Turín, donde coincidí con la llegada del Giro de Italia, los coches parecían no tener compasión por los ciclistas, y el asfalto roto en muchos caminos hacía que fuera complicado pedalear sin tener que desviarse constantemente hacia el centro de la carretera. Era un juego entre la adrenalina de estar rodeado de coches y el desafío constante de encontrar rutas más tranquilas.
A medida que avanzaba, mi destino se dirigía hacia las imponentes Dolomitas. El calor en la llanura era sofocante, y la única solución era hidratarme constantemente y buscar sombra en los viñedos. En uno de estos viñedos, un hombre mayor llamado Fulvio me ofreció hospitalidad sin dudarlo. Fue uno de esos momentos en los que te das cuenta de que los viajes en bicicleta son mucho más que el acto de pedalear: son una puerta para conocer personas increíbles, escuchar sus historias y aprender a apreciar los pequeños gestos que marcan la diferencia en el camino.
Fue en este punto que decidí practicar lo que llamé “bici-terapia”. Mi objetivo era alejarme de las ciudades y concentrarme en las pequeñas aldeas y en la naturaleza. Cada pueblo que atravesaba me ofrecía una nueva perspectiva de la vida en Italia: tranquilidad, sencillez y, sobre todo, una conexión con el presente que a menudo se pierde en las grandes urbes. No había catedrales majestuosas ni museos abarrotados de turistas en mi ruta, pero las conversaciones con los locales y los paisajes vírgenes que recorría eran todo lo que necesitaba para sentirme pleno.
El contraste entre la paz de los pueblos y la hostilidad del tráfico se hizo más evidente conforme me adentraba en las montañas. En Trento, por ejemplo, la cantidad de ciclistas era notable, muchos de ellos practicando bikepacking, al igual que yo.
Después de unos días, alcancé el paso Fedaia en los Dolomitas, a más de 2,000 metros de altura. El paisaje era sobrecogedor: la Marmolada, la montaña más alta de los Dolomitas, se erguía majestuosa frente a mí, y un lago cristalino reflejaba el cielo. A pesar del vértigo que sentía, me quedé boquiabierto ante tanta belleza natural. Esa noche acampé cerca de una tienda de alquiler de bicicletas, donde el dueño, al igual que Fulvio, me ofreció un lugar donde descansar. Pasé la noche escuchando historias de cómo el turismo de bicicleta había crecido en la región, y de cómo las estaciones de esquí, antes tan concurridas, se estaban adaptando al cambio climático y la falta de nieve.
Cada día era una nueva oportunidad para reconectar con lo más simple. Pedalear entre los viñedos, detenerme en una pequeña terraza para tomar un café con locales, y seguir mi camino hacia la siguiente montaña. Los paisajes italianos se transformaban constantemente, pero había algo que permanecía constante: la calidez de su gente y la sensación de libertad que solo la bicicleta podía ofrecerme.
El viaje culminó con una de las experiencias más memorables. Tras una tormenta que me sorprendió en lo alto de una montaña, las nubes comenzaron a jugar con las cumbres al amanecer. Me desperté al sonido de la naturaleza, con la sensación de haber experimentado algo único. Italia me había mostrado tanto su cara más caótica como su lado más tranquilo, y ambos contrastes me habían permitido descubrir no solo el país, sino también a mí mismo.
Y así, mientras pedaleaba bajo las primeras luces del sol, entendí que el verdadero valor de viajar en bicicleta por Italia no estaba en llegar a un destino, sino en todo lo que había vivido entre pedaladas.